Madrid, por azares de la geografía, es el centro de un conjunto de destinos repletos de motivos para visitar, o mejor, para disfrutar, porque todos encierran siglos de historia común y al mismo tiempo diferenciada. Viajar a Madrid es tener a un paso la magia de Cuenca, el oro de Salamanca, la sonrisa de Ávila, el puente invisible de Segovia, el túnel del tiempo de Toledo, la hermosura transparente de San Ildefonso de la Granja, el vergel real de Aranjuez, Alcalá y el cometa. Todas y todos son como el ladrillo de oro de España que centellea con más intensidad cuando el sol es más limpio, más nítido.
Dice García Márquez que el alma viaja en burro, despacio, dejando pasear por delante de los ojos cada recoveco del camino, cada ventana y cada paisaje. Así ha concebido este libro el autor, partiendo de la idea de que estamos necesitados de que nos cuente, de que nos refieran los secretos que esconden esas piedras viejas, o de que alguien fabule con las formas de los árboles, como algo vivo que conservamos entre los recuerdos más valiosos.
