Cómo iba a saber que aquel hombre traÃa la muerte consigo. Debà darme cuenta por su olor a cebolla rancia. Debà darme cuenta cuando la leche cuajaba a su paso en los cubos de metal. Cuando las palomas morÃan desplumadas por la tiña, o porque allá por donde pasaba doblaba los racimos y dejaba una pestilencia a plomo de preludios de tormenta de verano. He de reconocer que en nuestras pesadillas siempre supimos que volverÃa, que algún dÃa subirÃa el caminito en forma de culebra cercado de castaños y sus botas embarradas cruzarÃan con un Ãmpetu desordenado la única puerta de la casa por donde entraba el sol. Se sentarÃa en la mesa de tarugos sin pulir con la cuchara de latón y esperarÃa a que se le sirviera de comer como si nada hubiera pasado. Como si no nos hubiera arrancado la alegrÃa del pecho. Era mi padre.Después de quince años de misteriosa ausencia, Andrés Pajuelo regresa a su casa para proyectar el robo de una serie de valiosas obras de arte religioso. Para ello necesitará la ayuda de sus dos hijos, del melindroso prometido de su hija y de un enigmático gigante experto en teologÃa y en arte sacro. Cuando todo parece estar listo para ejecutar el último y más lucrativo de los robos, es acusado de varios asesinatos. Para sorpresa de toda su familia, Andrés reconocerá al instante su culpa ahorcándose en público. El ladrón de vÃrgenes es una reflexión sobre las mentiras que encierra toda religión y sobre la importancia de la religiosidad en la condición humana. Un análisis sobre los lÃmites de la traición, la lealtad y la fuerza de las promesas. Un certero homenaje a la tradición oral de contar historias.