Carlos Oroza es un caso único: a la vez la presencia y la impresencia más sorprendente de la poesÃa española. Sustancialmente, ha escrito cierto número de extensos e importantes poemas, siempre reelaborados, desde hace décadas (acaso, en el fondo, un único poema que le entrevera con su vida) y en los que un verbo casi oracular y chamánico lo hermana con el legado de Rimbaud y los surrealistas. Proyectado a la notoriedad sobre lo oral, en el Madrid de los años 60 y 70, halló su Absinia en la Galicia natal; pero a diferencia del «Wonder Boy» de la Charleville, no ha dejado de escribir (y reescribir) nunca. Contadas voces, en la poesÃa hispana de hoy, tan poderosas y esenciales. Le pertenece un dominio que le es casi exclusivo; el doble orgullo de lo absoluto y de su ocultación. Pocos tienen tanto derecho a ser llamados maestros, de no ser tal denominación incompatible con lo radical de su gesto, con esta poesÃa en mutación siempre en pos de sà mismas.Hay que leer, escuchar siempre a Oroza. La poesÃa le debe tanto como debe él a la poesÃa y nosotros a ambos.