El futuro de la singularidad tecnológica ha llegado para quedarse. Las innumerables capacidades de la IA y de la robótica son evidencias incontestables, y cada vez son más intensas e innovadoras en la vida social, económica, y en donde sus notables aplicaciones a los distintos sectores nos manifiestan una realidad cada vez más alejada de lo que no hace mucho tiempo era pura Âôdistop¡aÂö. Y sin embargo, hoy en d¡a nos sitúan en un mundo en donde el hombre se dice (no exento de un tono autocomplaciente) será superado por la Âômáquina pensanteÂö, superinteligente y plenamente autónoma, capaz de Âôpensar, sentir y decidirÂö por s¡ misma. Nada que ver con los autómatas del medioevo cuyo afán consist¡a simplemente en emular tareas repetitivas del ser humano. Hoy con la denominada Revolución 4.0 se camina en una dirección en donde la Âôcreatividad computacionalÂö nos situará en un futuro de incógnitas e incertidumbres, no sólo tecnológicas, sino éticas y jur¡dicas de primer orden. As¡ las cosas se piensa que los robots inteligentes (los nuevos esclavos digitales, como los viejos siervos o esclavos del Derecho romano) será
